Continuación de entrega IV
COMENTARIOS DEL CREDO
(Art. 3-4)
El Demiurgo o la Creación
El Dios Eterno
Hemos visto en el capítulo anterior que el gnóstico cree en un único Dios Eterno.
Este Dios, siendo la Perfección misma, nada imperfecto puede emanar de él. De allí que se deduce lógicamente que el Universo, el Cosmos, el mundo material y formal con las humanidades físicas, si son imperfectas (y en la medida en que lo son) no pueden ser obra suya.
La Creación
Enseñamos que la Creación, algo sublime pero limitada, amalgama prodigiosa de luz y tinieblas, de bien y mal, como de todo lo que es relativo, no tuvo por creador al Ser Supremo, sino que es el resultado de las fuerzas activas de la materia y de las demás posibilidades análogas, destinadas a perecer con ella — cuando se hayan vuelto inútiles — o a transformarse después de la Reintegración final.
El Demiurgo, símbolo del límite
“El Demiurgo” de los antiguos gnósticos no es el esfuerzo de esas fuerzas creadoras, como algunos creyeron; al contrario, es el símbolo del Límite que debe desaparecer al mismo tiempo que ella. El demiurgo se suicida por y en la Reintegración.
Príncipe del Mundo
Se llama también al Demiurgo Príncipe de este mundo, Límite o gran Ilusión; no es la corriente de las formas, porque ésta es benéfica: es la vía, en lo que tiene de humano; pero es la fuente de las formas** en las cuales los seres fluyen y de las que la Humanidad, antes de su nacimiento y también tras su muerte terrestre, es una de las formas, como la humanidad terrestre es una de las modificaciones de esta forma.
El Límite
La Perfección es, sin lugar a dudas, la generadora de esta corriente formal – es su aspecto pasivo – y la humanidad que emana de ella, salida del Infinito, debe entrar allí (sin que jamás haya salido en el sentido propio de la palabra), como volverán a entrar todas las formas visibles e invisibles del Universo, todas divinas en su esencia, y no se distinguen de su Principio sino por la naturaleza y la cualidad que, por sucesivas modificaciones, precisan la forma, es decir, el límite hecho sensible.
Entre Dios y nosotros hay un Límite, y no hay otra cosa sino el Límite, puesto que, si se lo suprime, toda creación desaparece, no permanece más que la Unidad Universal.
La Marcha Evolutiva
En la marcha evolutiva del Universo — de todos los seres —, desde el hombre colectivo que es una forma y de la humanidad terrestre que es una forma del Hombre colectivo — es el libre albedrío de la especie que, de este hombre colectivo, hace individuos*** — en esta marcha evolutiva, el Universo tiende a remontar la corriente formal, a liberarse del Límite, liberar el “Rayo divino” que lo generó y que permanece aprisionado en todos los grados.
El paso de los seres a través de las modificaciones del Universo es pues una ascensión regular continua, armoniosa y benefactora a la cual La Perfección, de la que somos infinitesimales parcelas y emanaciones continuas, no podría hacer que nosotros participásemos sin dejar ella misma de ser la Perfección.
Renacimientos
Para el hombre individual terrestre, la ley de los renacimientos — admitida por casi todos los sistemas religiosos y filosóficos —, esta ley, tan real y tan lógica con todas las consecuencias felices que resultan de ella para nosotros, tanto desde el punto de vista de nuestra finalidad, como desde el punto de vista de nuestra personalidad, no es más que el esfuerzo continuo de la personalidad, liberada del individuo, en el movimiento ascensional general y liberador que lo lleva. El individuo se agita en el plano formal: la personalidad, arrastrada por el movimiento de la Vía, sube una espiral ascensional, de la que cada punto determina un plano de existencia individual que puede modificarse indefinidamente.
Pero, lo que es importante precisar aquí, es que la ley de los “renacimientos” no tiene nada en común con la forma re-encarnacionista que no admitimos en absoluto, en virtud de esta misma Ley de evolución y de armonía que se opone al paso repetido o renovado del individuo por un mismo plano.
Oposición
Una última palabra sobre el “Demiurgo”: se puede decir que es otra vez el esfuerzo involutivo por el que la materia se opone al esfuerzo ascensional del “Rayo celeste”.
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** O de los límites. *** Matgioï, La Vía Metafísica.
Continúa en la entrega VI
Adán o los tres «Adanes»
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