Continuación de entrega I
Gnosticismo
Otra cosa es lo que se entiende por gnosticismo, cuyo origen no se remonta sino a los primeros siglos de nuestra era.
«En aquellos tiempos, — como dijo el Patriarca Sinesio en su Manual Preparatorio — más allá del antiguo judaísmo fariseo que se empeñaba en subsistir y rechazaba claramente al Cristo-Salvador, por encima del Judeocristianismo que, obstinándose en querer “encerrar el vino nuevo en odres viejos”, soñaba, con Pedro, no se sabe qué extraño concordato entre la Torah y el Evangelio, había lugar para una religión completa de Razón y de Amor que rompiera sin escrúpulo con el implacable Jehovismo y que fuera la realización leal, íntegra, completa de la doctrina del Divino Maestro».
Prédica de Jesús
Esta doctrina que Jesús de Nazareth predicó en Judea, en Galilea, en Samaria, y hasta en los confines de Tiro y de Sidón, no era nueva, — acabamos de demostrarlo — puesto que sus raíces se hundían en las profundidades del pasado más remoto; pero la malicia de los hombres, el tumulto de los acontecimientos, mil causas habían oscurecido — para la mentalidad de las razas blancas sobre todo — esta muy augusta Tradición, y se había hecho necesario renovarla, despertarla de su largo sueño, infundirle vigor y vida, adaptándola a la comprensión de los pueblos que apenas habían salido de la infancia, como a la caducidad de las civilizaciones decadentes.
Tal fue la Misión de Jesús, tal fue la parte esotérica de sus enseñanzas, la que dio a la élite de sus discípulos, la que, en una palabra, constituye la parte trascendente de su doctrina.
Exoterismo y Esoterismo
La otra, la parte exotérica, iba dirigida a la multitud de los pequeños y humildes: preceptos morales, llamamientos a la fraternidad, proclamación del reino de la Caridad universal… Todos estos preceptos se encuentran claramente reproducidos en las epístolas y los Evangelios que han llegado hasta nosotros casi sin alteración.
No ocurrió lo mismo con las enseñanzas esotéricas, de las que solo es posible reconstituir las grandes líneas a través del simbolismo de lo que nos ha quedado de los escritos de los primeros “Gnósticos”: Juan, Simón, Valentín, Basílides, Carpócrates, etc., escritos cuya interpretación diversa agravada por la disidencia de sus discípulos, alumbró las diversas ramillas del árbol gnóstico. (Ver el Árbol Gnóstico por Fabre des Essarts).
La Herejía
Es pues a partir del siglo II de nuestra era cuando data la existencia real de la herejía gnóstica cuando se separa completamente de los cristianos ortodoxos para fundar un culto exotérico disidente, sobre bases puramente esotéricas.
Ahora bien, lo que era inevitable en este campo contingente que es el suyo, pronto llegó: la división se acentuó tanto en la forma como en el mismo fondo de la enseñanza, sin perder de vista los dogmas más elevados. Estos dogmas se encuentran en todos los movimientos religiosos que sucedieron después para librarse del yugo de la Iglesia Romana.
La doctrina secreta de los Templarios, la de los Valdenses y los Cátaros, los Albigenses y los Husitas, Abeilard y los dulces filósofos de Port-Royal, todos son, de hecho, si no de nombre, los Gnósticos; y, cuando en 1889 Jules Doinel, nuestro venerado renovador, accediendo al llamamiento de lo Alto, reconstituyó la Iglesia Gnóstica sobre las bases actuales, no hizo sino renovar con nuestros grandes ancestros la cadena nunca rota de convicciones y esperanzas comunes.
Los peligros
Que aquel que ignora todo del “Gnosticismo” se guarde bien de indagar, sin un guía seguro, con los Padres de la Iglesia. Conscientemente o no, éstos, muy a menudo, han falseado la doctrina que combatían, y deliberadamente hicieron pasar por artículos de esta doctrina lo que no es más que un emblema o una alegoría.
Con la misma circunspección se debe considerar la lectura de los escritos consagrados a este tema por los sabios contemporáneos. Estos escritos se limitan muy a menudo a reproducir sin examinar (seamos corteses hasta para aquellos que no lo son) las fantasías, los errores, o las calumnias de los Padres de la Iglesia sobre el gnosticismo.
Continúa en Entrega III
Credo Gnóstico
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